2 DE OCTUBRE.
HERIDA ABIERTA


 

Por ELVIA ANDRADE BARAJAS

CIUDAD DE MÉXICO, ESTADOS UNIDOS MEXICANOS, 2 de octubre de 2025.-La tarde cae sobre Tlatelolco. Es 1968. Un helicóptero lanza bengalas. El Batallón Olimpia abre fuego. Gritos. Sangre. Silencio. El Estado mexicano reprime brutalmente al movimiento estudiantil. El gobierno reconoce 30 muertos. La prensa internacional habla de 300. Derechos Humanos estima 400. Los cuerpos desaparecen. La herida queda abierta.


Tras los disparos del Ejército en la Plaza de las Tres Culturas, el 2 de octubre de 1968 se convirtió en una noche de horror y silencio. Más de 1,300 personas fueron detenidas, muchas ejecutadas extrajudicialmente en pasillos, azoteas y departamentos. Los medios oficialistas encubrieron.

 

No hubo funerales públicos ni justicia. Las madres buscaban a sus hijos entre hospitales, cárceles y morgues. Muchos nunca regresaron. Los desaparecidos se convirtieron en nombres susurrados, en rostros que nadie volvió a ver.


México vivía la antesala de los Juegos Olímpicos. El país se vestía de modernidad para el mundo, mientras en sus entrañas hervía el autoritarismo.

 

La televisión, dominada por Televisa, mostraba atletas y estadios, pero ocultaba cadáveres. Las noticias se leían en papel, las fotografías se revelaban en laboratorios que olían a químicos y silencio. No había redes sociales, ni transmisiones en vivo. Solo el rumor, el miedo y el eco de los disparos. La censura era ley. La verdad, clandestina.

 


Cincuenta y siete años después, el 2 de octubre de 2025 inicia con un mensaje pacifista de la presidenta Claudia Sheinbaum y termina envuelto en fuego, saqueos y agresiones que contradicen el espíritu conmemorativo de aquella masacre.

 

La jornada deja 94 policías lesionados, 29 civiles heridos, más de 13 periodistas agredidos, entre ellos Ramkar Cruz, Nicolás Corte, David Deolarte, Ivonne Rodríguez, Romina Solís, Jorge Becerril, Víctor Gálvez, David Patricio y Juan Abundis en Ciudad de México, así como Fabián Rodríguez, Bernardo Jasso, María Luisa Castillejos y Ramsés Mercado en Toluca.

 


Más de 10 mil personas marchan por la capital. Al llegar al Zócalo, el polvo de las bombas molotov se mezcla con la indignación. Algunos jóvenes encapuchados agreden a la fuerza pública, saquean comercios, incendian patrullas. En Toluca, los disturbios se intensifican. La policía intenta impedir que periodistas graben. La confusión se apodera de la memoria.

 


Por la mañana, desde la Conferencia del Pueblo, Sheinbaum evocó la masacre:


“El 2 de octubre no se olvida”, dijo, señalando que la represión fue ordenada por un civil, el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz. Recordó que en 1975 participó en su primera marcha, cuando aún se detenía por protestar. En 1968, era apenas una niña, pero su conciencia política se formó en la sombra de aquella tragedia.


Horas después, la ciudad ardía. Un grupo de más de 350 encapuchados del llamado Bloque Negro desató la violencia. Este colectivo, sin estructura formal, actúa en células anónimas, cubiertos de negro, y suele irrumpir en protestas como el 8M y el 2 de octubre. Justifican la violencia como forma de resistencia, pero sus acciones —ataques a comercios, incendios, agresiones a periodistas y policías— contradicen el espíritu de memoria y justicia que la fecha exige.


Los daños fueron considerables: saqueos en tiendas del Centro Histórico, pintas en edificios públicos, incendios provocados con bombas molotov y lanzallamas caseros. La Comisión de Derechos Humanos de la CDMX detectó entre tres y cuatro grupos violentos operando simultáneamente. En Toluca, se quemó una patrulla y se detuvo a estudiantes de la UAEMex, ya liberados.


¿Por qué se conmemora con tanta violencia una fecha que exige dignidad?

 

¿Por qué jóvenes que no vivieron el 68 lo hacen suyo con furia?

 

Porque el 2 de octubre no es solo una fecha: es una herida abierta, una deuda histórica, una consigna que se transforma en grito ante la impunidad persistente. La represión no terminó en Tlatelolco; se repitió en el Halconazo, en Ayotzinapa, en cada madre que busca a su hijo desaparecido.


Hoy, en la era digital, cualquier ciudadano puede capturar una imagen más precisa que el fotoperiodista más profesional de 1968. La inteligencia artificial reconstruye rostros, voces y memorias. Pero hay algo que ni la tecnología puede borrar: el dolor.

 

El polvo de las bombas molotov, el olor a miedo, la indignación de quienes marchan sin haber vivido ese día, pero lo sienten como propio. Porque el 2 de octubre no se olvida. Se hereda. Se grita. Se defiende.

Y aunque la forma de contar la historia ha cambiado, la exigencia sigue intacta: verdad, justicia y memoria.


La violencia no honra a los caídos.

 

La agresión a periodistas —testigos de la historia— es una afrenta a la libertad que Sheinbaum defendió horas antes.

 

La memoria del 68 exige verdad, dignidad y respeto.


 

eab_elya@yahoo.com.mx
reportajesmetropolitanos@gmail.com